Quizá la fecha del seísmo y la subasta pública del ex hotel de turistas no sean sólo vanas coincidencias, puede que sea un jalón de orejas a nuestra negligencia en la que más de uno tuvo parte. El Hotel Gran Chimú, ya se subastó. Y se fueron, probablemente, abajo todas aquellas peticiones de última hora de la población local, al querer, en un afán precipitado, declararlo Patrimonio Cultural Histórico de Chimbote.
Si realmente le competía este rótulo al otrora hotel, como lo fundamentó Víctor Unyén, deberíamos preguntarnos ¿por qué no se hizo nada durante tanto tiempo?, y volver a preguntarnos, entonces ¿sobre quién debería caer la culpa?, ¿el Estado?, ¿las autoridades?, ¿la oficina de cultura y turismo? ¿y tú? ,¿y yo?. Aquí no hay chivos expiatorios, sencillamente, todos tuvimos la culpa. Sí…TODOS. Unos en mayor medida que otros, pero todos al fin y al cabo. ¿Por qué? Porque hace mucho ya habíamos dejado que se contamine nuestra bahía, que se destruya la casona de don Nicolás Garatea, que desaparezca el balcón de la antigua Ferretería “El Candado”, y; sin embargo, seguimos sin aprender la lección, al menos, ninguna sostenible, porque no dijimos ni pío sino más bien cuando las papas ya empezaron a quemar.
La situación de Codisa, ya era conocida luego de ganar la subasta pública en 1995, “no cumplió con cancelar el precio de venta ni el compromiso de inversión al que se le obligó” –publicó Semana Económica. Por tanto, era inminente que se resuelva el contrato de compraventa, revirtiendo de este modo, la propiedad del Hotel, de regreso, al Estado, cosa que se hizo en diciembre del 2008 (más de dos años para tomar cartas en el asunto). También se es conocido, que se iba a realizar la subasta a inicios de este año, que se suspendió, aplazando la fecha hasta el 24 de agosto. Tiempo suficiente para hacer las gestiones necesarias con el Ministerio de Cultura, pero tampoco hicimos NADA.
A fin de cuentas, ni la Municipalidad Provincial del Santa trató de mediar la subasta del hotel a una empresa que no ponga en riesgo su infraestructura, como tampoco gestionó su declaratoria como patrimonio oportunamente; ni los medios de comunicación manifestaron con fuerza su influencia oligofrénica; ni nosotros, la población local catatónica, fuimos lo bastante informados, acuciosos y avezados para promover la protección del inmueble… ni los intelectuales, ni los empresarios, ni los gestores culturales, NI NADIE. Nos cruzamos de piernas, y esperamos el tiempo límite para lanzar bofetadas al cielo, demostrando nuestra nata impertinencia y descuido por querer salvar situaciones de epopeya; para finalmente, como un viejo cliché, lamentarnos por lo que alguna vez fue y no será jamás.
Juan Antonio Alvarez Gavidia